El 1º de mayo se celebra el Día del Trabajador en casi todo el mundo, en homenaje a los llamados Mártires de Chicago, un grupo de sindicalistas anarquistas que fueron ejecutados en 1886, acusados de ser los autores de un atentado explosivo que costó la vida a varios policías. Los disturbios habían comenzado luego de que varias fábricas se negaran a acatar la resolución del presidente estadounidense Andrew Johnson, que estableció la jornada de 8 horas de trabajo diario, un reclamo que había sido apoyado por una huelga general en todo Estados Unidos. Sin embargo, la fábrica Mc. Cormik de Chicago no reconoció la victoria de los trabajadores y el 1º de mayo de aquel año la policía disparó contra los manifestantes que, a las puertas de la fábrica, reivindicaban el nuevo acuerdo. Durante los siguientes días más trabajadores, hasta que el día 4 una bomba estalló contra las fuerzas policiales, suceso conocido como “el atentado de Haymarket” El 21 de junio de 1886 comenzó el juicio a 31 obreros; todos fueron condenados, dos de ellos a cadena perpetua, uno a 15 años de trabajos forzados y cinco a la muerte en la horca. La culpabilidad de los condenados nunca fue probada.
Un festejo clave para el peronismo
El primer acto del Día del Trabajador se realizó en 1890, en el Prado Español de Buenos Aires, y contó con la participación de numerosos movimientos obreros, integrados en su mayoría por inmigrantes alemanes, italianos, españoles y portugueses. Desde entonces se celebra cada 1º de mayo el Día del trabajador. A partir de la primera presidencia de Juan Domingo Perón (1946-1952), la conmemoración del Día del Trabajador alcanzaría cada vez mayor importancia, realizándose celebraciones multitudinarias en todo el país. El 1º de mayo se convirtió en un día emblemático para la liturgia peronista, debido a las numerosas reivindicaciones y conquistas que los trabajadores obtuvieron de la mano del tres veces presidente de la Nación; por ello, entre las diversas manifestaciones de entonces se destaca la convocatoria de los obreros en la Plaza de Mayo, quienes llegaban en multitud desde temprano para escuchar el discurso de Perón. Tal como escribió Felipe Pigna, esas conquistas fueron permanentemente atacadas por las fuerzas de la reacción tras la caída del peronismo, cuyos enemigos no dudaron en realizar persecuciones, desapariciones, encarcelamientos, torturas, para minar el espíritu combativo del movimiento obrero, que no obstante esos salvajes ataques resistió y resurgió, cada vez que se lo pensó “domesticado”.