Postales después del diluvio: tras el desconsuelo, un nuevo amanecer

 
SAN ANTONIO DE ARECO.- Gabriel Markus es un autoevacuado más, uno de los miles de argentinos que vieron sus casas bajo el agua esta última semana, uno que ni siquiera entró en la estadística. Además, es un trotamundos. Pero ahora quiere vivir tranquilo, ir al club, estar con su gente. Hace dos años que volvió al pueblo, a San Antonio de Areco. Pero si otra inundación le invade la casa, no lo duda: va a agarrar un bolso y se va a ir adonde sea. Ya no soportará otra más. Es que ésta no es la primera vez. El año pasado, el agua le llegó a los hombros. Entonces cerró todo y se fue a San Pedro, a la casa de su hija. No puso a salvo ni un pantalón. Todavía no tenía experiencia, no sabía que el agua podía pudrir todos sus recuerdos.
Ahora, alguna ropa quedó seca en la parte más alta de la habitación, pero aún no la pudo bajar porque el ropero se pudrió. Los colchones y la cama se los llevó un camión. A la noche durmió en el piso, en un colchón que le dio la municipalidad.
Todavía está triste: la imagen de su casa destrozada por el agua no se va, y el barro, tampoco. Ahora se trata de empezar de nuevo, como tantas otras veces. Una vez y otra más.
Gabriel se crió con su madre y cuatro hermanas. La madre le pegaba tanto que él prefirió vivir en la calle. Cursó hasta 7° grado, no sabe multiplicar ni dividir.
Cuando vivía en la calle, barría veredas. Una de esas veredas era la de Carlos Fagnani, en el centro de Areco. Los Fagnani lo llevaron a vivir a su casa. Dice que les debe la vida.
Nunca le gustó que le regalasen cosas sin ganárselas, sin ofrecer algo a cambio. Durante 23 años estuvo fuera de su pueblo. Viajó a Bariloche con uno de los hijos del hombre que lo crió. Después, a Villa Gesell, Río Hondo, Mendoza, Comodoro Rivadavia. Trabajó de mozo y en una mina de plata. Ahora es pintor. Todos los días sale a las 7.30 de su casa para tomarse el colectivo que recorre 20 kilómetros hasta Villa Lía.
En Areco le dicen "Catalino". Cuando era chico, trabajaba en una verdulería que llevaba ese nombre, y como al dueño no le salía decir Gabriel, lo rebautizó. En Bariloche y Villa Gesell, lo conocen como "Popeye", por su mentón. Antes se le notaba más la musculatura. Su yerno dice que "Catalino" tiene historias como para escribir tres libros.
Gabriel Markus, "Catalino" o "Popeye", tiene 53 años y vive en una casa a la que se entra por un pasillo que ahora es puro barro. Algunas tablitas intentan evitar los resbalones. Aunque evitarlo es imposible. En unos minutos, las maderas están llenas de barro. Como a veces le pasa con su vida: logra asomar la cabeza, y algo más sucede. Hace un mes, un auto lo chocó y su moto quedó partida a la mitad. Era su medio de transporte para recorrer los 20 km que lo separan del trabajo. Ayer, mientras recibía llamadas de todas partes del mundo, atendía a los del seguro por el accidente. Cada vez que cortaba el teléfono, sonreía.
Gabriel tiene una sola hija, de 25 años, que vive en San Pedro. Cuando la lluvia empezó a caer la semana pasada, se comunicaron. Él decía que todo estaba bien. No quería preocuparla. Pero una sobrina la etiquetó en las fotos: "Papi, no me podés decir que estás bien, me estás diciendo algo que no es", le recriminó por teléfono, y pocos minutos después ella estaba en la ruta, con su marido y sus tres hijas. Viajaron los 90 km, se arremangaron y empezaron una limpieza que aún no termina.
Después de las fotos publicadas, y de que su hija las compartiera en las redes sociales, a Gabriel lo llamaron desde Canadá, Italia, Bahía Blanca, Entre Ríos y Corrientes. "Yo no tengo para ayudarle, pero quiero darle un abrazo", escuchó que le decía la voz de un correntino al otro lado de la línea telefónica. "Catalino" se emocionó en aquel momento, y se vuelve a emocionar ahora.
Otra señora que llamó le dijo llorando que tenía sólo una camita para darle. Entonces, "Catalino" la consoló. "Lo mejor que me das es que me llames. Tenés que sonreír. Y vendé tus cositas: no quiero llenarme de cosas, hay gente que necesita más que yo", le dijo. Sólo quiere recuperar lo que tenía: una mesa, tres sillas, una cama y en su propia casa. "Pensemos que no soy el único inundado -dice-. La parte humana es lo que vale; lo demás, ya fue, ya está."
Se oyen los pájaros. Salió el sol, y los inundados también abandonaron los refugios. Los nenes juegan en la calle. Y "Catalino" se acomoda en la puerta de su casa para contar cómo empezó todo. "El jueves me levanto para ir a trabajar a las 6.30, y voy a tomar un mate. Entonces veo que empieza a entrar el agua de golpe: primero por el baño, después por la puerta. En dos horas tenía el agua arriba de la rodilla. Empecé a juntar cosas de la habitación arriba del ropero. El resto, imposible. Ahí me fui a lo de Fagnani y me quedé. El viernes por la noche el agua bajó, pero hoy [por ayer] subió otra vez."
Ya estaba todo inundado, pero "Catalino" insistía: en medio del diluvio, todos los días quería ver qué pasaba, quería darle de comer al canario. Sus amigos le decían: no vayas, te vas a volver loco, ya se va a solucionar. Su familia, también."Él tuvo problemas de pulmón, estuvo internado no hace mucho. Por eso yo no quería que viniera con el agua hasta arriba", cuenta Alejandra, su hermana, que trabaja en la municipalidad y fue quien lo acompañó desde el primer instante. Otra de sus hermanas, que tiene bungalows, se encargó de lavarle la ropa. La ropa empapada de agua sucia.
En esos días, "Catalino" habló con el intendente, "Paco" Durañona, que le dijo que le iba a "dar una mano". Ayuda que hasta ahora se tradujo en dos colchones y un par de frazadas.
Ayer por la mañana la ayuda apareció: la iglesia evangélica, el municipio, vecinos, las ONG. Pero antes llegó Alejandra con su hijo. "Dale, chiquito, vamos, nada de quietud, a sacar todo", le ordenó. "Ojo, no me ensucies el piso", bromeó "Catalino", aún con la casa llena de barro.
"Ayer vine y me puse a llorar allá atrás. Es como ver el monstruo que entra por todos lados. Quedé paralizada", cuenta Susana, la pareja de "Catalino", con quien vive desde hace unos meses. Se conocieron en el baile. Lo que tienen en común, dice ella es que los dos vivieron en la calle.
-¿Qué vas a hacer con la cocina? -le pregunta Susana.
-Vamos a hacer algo de comer -contesta él, y se ríe. Entonces abre la puerta y saca una sartén llena de agua adentro. Mueve el horno y mira detrás-. Y ahí está, aparece de nuevo, lo cubre todo: el barro..LA NACION.COM

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